Cuando el blindado serpentea entre los mojones del último control y abandona las defensas de la base, los militares cargan sus armas y tensan los nervios. Entran en territorio hostil. Los iraquíes tienen orden de echarse a un lado y detener sus vehículos. Todos obedecen las instrucciones dadas a través de la televisión y la radio. Cuando no, salta la alarma: "¡Qué hace ese imbécil siguiéndonos!". Los peatones adultos observan el paso de los convoyes sin mover un músculo. Nadie sonríe, nadie saluda, nadie parece tener esperanza de que Barack Obama represente un cambio en sus vidas. Sólo los niños agitan las manos y levantan el pulgar. Para ellos se trata de una película de acción.
En el norte de Bagdad, el enemigo son los francotiradores emboscados en viviendas y edificios semiderruidos. En la provincia de Diyala, donde opera la organización de Al Qaeda en Irak, el peligro son los explosivos. Allí se viaja en Striker, un vehículo en teoría resistente a las bombas. El tirador principal rastrea el tráfico desde un monitor que detecta fuentes de calor. Ésa es una zona de guerra, como la provincia de Nínive, en el norte.
"Cuando matan a un compañero de la base nos cortan las comunicaciones telefónicas e Internet para que no contemos lo ocurrido. Quieren seguir el protocolo, que sea el Ejército el que se presente en el domicilio e informe a la familia de lo sucedido", asegura el sargento de origen peruano Carlos Mora-Pacora. "Hace un par de semanas, tras varios días incomunicados por la muerte de dos chicos, pude hablar con Katia, mi mujer. Estaba preocupada. Le expliqué que se había estropeado el generador. Si le dijera la verdad, viviría aterrada cada vez que no haya comunicaciones, mirando la puerta a la espera de que alguien llame para dar la noticia".
La guerra destinada a salvar el mundo de la amenaza de unas armas de destrucción masiva que nunca se hallaron ha costado la vida a 4.214 soldados estadounidenses, según The Washington Post, y heridas a más de 33.000, según el Pentágono. También hubo 316 bajas de militares de países que participaron o participan en la llamada Coalición Multinacional; entre ellos, 11 españoles. Aunque no existen datos oficiales del número de iraquíes muertos desde el 19 de marzo de 2003, fecha de la invasión, la revista británica The Lancet publicó hace dos años un informe que estimaba la cifra por encima de los 600.000. La web antiwar.com ofrece otra que incluye los fallecidos en atentados y por falta de atención médica de calidad: 1.300.000.
A Ted Englemann, veterano de Vietnam empotrado con las tropas estadounidenses en busca de material para un libro que apague sus fantasmas, le preocupa que el índice de suicidios sea muy superior al de otras guerras. "Los disimulan como bajas en combate y nadie cuenta los que regresan a casa; compran una moto, aceleran y se estrellan". El Ejército admite la muerte por suicidio en Irak de 121 soldados en 2007, un 20% más que en 2006. Cuando se conozcan las cifras de 2008, lo más probable es que sean similares; hasta agosto se suicidaron 93 soldados. El Ejército admite que una media de cinco soldados por día intenta quitarse la vida o herirse.
Un cabo de apellido español que sólo habla inglés y a quien le queda un mes para regresar a casa, en Colorado, se declara "cansado de luchar". Es su tercera misión. Combatió a Al Qaeda en la provincia de Diyala en 2006 y a la milicia chií del Ejército del Mahdi en Ciudad Sáder entre marzo y mayo de este año. "Los que no matamos huyeron a Siria e Irán o se escondieron. Cada vez que sales fuera, te la juegas. Es mucha la tensión. La cabeza necesita alejarse para que no te vuelvas loco. Hace unos días mataron a un chico de la unidad. Una granada le arrancó media cara. No se pudo hacer nada por él".
Hay bases McDonald's: comida basura de varios tipos, lavandería en 48 horas, camas aceptables, tiendas y duchas calientes. Pero la mayoría de los soldados en misiones de seguridad vive en Combat Out Post (COP, bases avanzadas de combate) cuyas condiciones son espartanas: retretes indescriptibles, patrullas constantes y colchones alfombrados de chinches. "Me cambio de camiseta cada tres días; de casaca, cada siete, y me ducho cuando puedo. No te preocupes por el olor. Aquí nadie se va a dar cuenta del tuyo", dice un capitán del COP Apache.
La guerra que el Pentágono de Donald Rumsfeld calculó sería rápida, productiva y a un precio de ganga, unos 60.000 millones de dólares, ha resultado ser un desastre. El ya ex presidente George W. Bush ha gastado en la Operación Libertad para Irak 10 veces más de lo que costó la primera guerra del Golfo y tres veces más de lo que se gastó en la de Vietnam. Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, calcula que el coste real del periodo 2003-2008 supera los tres billones de dólares, unos 2,3 billones de euros.
"Hemos perdido cuatro años", asegura Husam Alwan Abd, jefe de los Hijos de Irak en Murtadiya, la segunda ciudad en importancia de Diyala. "Luchamos contra Al Qaeda desde 2006. Al principio lo hicimos solos en la provincia de Al Anbar. Nadie nos ayudó. Ahora contamos con el apoyo norteamericano. Han tardado mucho tiempo en darse cuenta de que los suníes no somos el enemigo [Sadam Husein era suní]. Entre todos hemos destruido este país e Irán es ahora el gran beneficiado".
Los Hijos de Irak es el nuevo nombre del Despertar, un movimiento iniciado por las principales tribus suníes hartas del extremismo de Abu Musab al Zarqaui y de Al Qaeda. El general David Petraeus, jefe militar en Bagdad entre febrero de 2007 y septiembre de 2008 y ahora jefe del Comando Central que se ocupa además de Afganistán, lo supo aprovechar: los atrajo con la promesa de una cierta amnesia sobre el pasado y sueldos de 300 dólares mensuales (que ahora abona el Gobierno de Bagdad), a pesar de que muchos son antiguos insurgentes que atentaron contra soldados norteamericanos.
"¿Qué esperaban al invadirnos? La resistencia es un derecho. Antes los veíamos como ocupantes; ahora son fuerzas que nos ayudan. No estaremos preparados antes de 15 años. Es el precio de haber destruido el Estado. Ahora hay que construirlo. Si se fueran los americanos mañana sería el desastre, nos invadiría Irán", añade Husam.
Después de tres guerras, embargos internacionales y la dictadura de Sadam Husein, éste es un pueblo de actores, gente que pretende representar un personaje con el objetivo de sobrevivir. Nunca se sabe quién dice la verdad y qué cantidad de verdad. "Carecen de iniciativa, siempre esperan a que alguien haga algo por ellos, pero las cosas están cambiando. Después de cinco años y medio hemos roto las barreras culturales: entendemos mejor el sistema de las tribus y ellos nos entienden mejor a nosotros", dice el coronel Burt Thompson, jefe de la 1ª Brigada de la 25 División, con sede en Baquba, capital de Diyala, y experto en estrategia.
Los norteamericanos no fuman cigarrillos, sólo mascan tabaco y eructan. Los árabes eructan y fuman cigarrillos, pero no mascan tabaco. Aún quedan diferencias insalvables.
El mayor de los errores de Paul Bremer, el procónsul colocado por los neoconservadores tras la ocupación de Irak, fue la disolución de las Fuerzas Armadas iraquíes en mayo de 2003. Desde entonces, Estados Unidos ha viajado en dirección equivocada. Cada año resultaba peor que el anterior: atentados contra las fuerzas extranjeras, grandes matanzas de civiles, secuestros indiscriminados, ciudades enteras como Faluya, Ramadi y Samarra en manos de la insurgencia, violencia sectaria y limpieza étnica (religiosa)... Decenas de miles de muertos hasta que Petraeus tuvo la inteligencia y el coraje de cambiar el enfoque. Pese a las críticas recibidas en EE UU por los sectores más conservadores -le acusan de olvidar la sangre derramada-, la estrategia funciona; la violencia se ha reducido, incluso en las aún problemáticas Diyala y Nínive. Ahora el general Petraeus la quiere exportar a Afganistán para combatir a los talibanes.
¿Se trata de un avance sólido? ¿Depende sólo de la presencia de las tropas estadounidenses y del aumento de 30.000 soldados en febrero de 2007? ¿Una retirada anticipada por orden de Obama provocaría problemas? "Las percepciones son importantes en Irak", asegura el coronel Thompson. "La percepción de que existe un mejor gobierno logra que el Gobierno funcione mejor. La percepción de una mayor seguridad genera seguridad. Ésta no es una guerra convencional, es una guerra contrainsurgente; se lucha en muchos frentes: el militar, el económico, el social y en las percepciones de la gente".
De las pintadas de Generation kill de los retretes -"Amo el Ejército y amo matar musulmanes"- se ha pasado en los últimos meses a soldados que se llenan los bolsillos de caramelos, reparten balones de fútbol desde los blindados y aprenden frases coloquiales en árabe. Han aprendido empatía.
El Humvee (el sucesor del cinematográfico Jeep) cruza una calle de Bagdad en la que decenas de niños saludan a sus actores favoritos. "Igual están diciendo con una sonrisa: os odio, hijos de puta", exclama entre carcajadas un soldado. Los tres hombres que viajan en el blindado se enzarzan en conversaciones triviales y se alertan de la presencia de mujeres hermosas sin la abaya (vestido tradicional que cubre todo el cuerpo y la cabeza): "Una de siete puntos, a la derecha, a las dos y diez". La salida de un colegio femenino de bachillerato se convierte en un acontecimiento. Todos miran con disimulo, para no ofender sensibilidades.
Uno de esos hombres cuenta que antes del Ramadán recibieron instrucciones de cómo comportarse en el mes de ayuno musulmán. "Un día me bajé del vehículo mascando pan y un hombre me regañó: 'No puedes comer, es Ramadán', dijo. Después vi cómo se encendía un cigarrillo y corrí para advertirle de que tampoco se podía fumar. El hombre se encogió de hombros y respondió que él sí podía fumar porque Alá estaba mirando para otro lado".
En los comedores de las bases hay televisiones enormes. Se siguen los canales militares que retransmiten baloncesto y fútbol universitario, las noticias del Pentágono y anuncios para alistarse en cualquier fuerza. Aunque también gustan algunos programas de la ultraconservadora Fox News, el rey de la audiencia es la lucha extrema. Cuando uno de los combatientes le propina una patada en la entrepierna al rival, el comedor ruge como un estadio. En salas de ocio se proyectan vídeos. Abundan los argumentos de guerra, de buenos y malos. En los ordenadores conectados a Internet hay soldados que navegan por páginas que anuncian coches y objetos de lujo. Es su conexión con el mundo que dejaron atrás. Su forma de pintar el casco.
El sargento Jerry pertenece a la Guardia Nacional de su Estado y acaba de prolongar voluntariamente su estancia. Su obsesión es alcanzar los tres años de servicio en zona de guerra para acceder a unos beneficios especiales aprobados en Estados Unidos después del 11-S. "Me quedan seis meses y con esas ayudas podré costear los estudios universitarios de mi hija. Tengo familia y una hipoteca. Si estoy allá puedo verlas, pero no pagar la casa. Aquí hago frente a los gastos, pero no estar con ellas. ¿Qué hubieras elegido?". Cuando narra su historia se le humedecen los ojos, apenas una leve película. Dentro de él bulle un volcán que pugna por expresarse.
En Vietnam hubo un reclutamiento forzoso; en Irak es voluntario, un eufemismo que esconde urgencias económicas.
"Muchos soldados son chicos de 19 y 20 años que acaban de salir del instituto. El otro día, uno mató a un hombre que pretendía entrar en la base e inmolarse. Le dije que había hecho bien, que había salvado la vida de muchos de sus compañeros, pero nunca sabes cómo funciona el proceso por dentro", dice el capitán Charles Brown, destinado a una COP en territorio de Al Qaeda. "Una vez tuvimos varios heridos en la explosión de una casa. Un chaval corrió hasta el helicóptero con el pie de un compañero metido en hielo en un intento de salvarlo. Son experiencias difíciles".
"Al Qaeda en Irak es un enemigo dinámico e interactivo que se mueve en pequeñas células. Nosotros aprendemos de ellos y ellos de nosotros. Nunca buscan el enfrentamiento directo porque saben que los barremos. Utilizan explosivos contra las tropas y contra la población civil. (...) Los Hijos de Irak han hecho un trabajo extraordinario. Hay que ser realistas y buscar la efectividad. (...) Históricamente, las guerrillas tienen una duración media de 10 años. En ese caso, nos quedarían cuatro", bromea Thompson. El capitán Brown, que luchó en Faluya a finales de 2004, es optimista: "Por primera vez veo luz al final del túnel y me parece que la mayoría de los iraquíes, también".
Los soldados norteamericanos se retirarán de Irak en diciembre de 2011, según el Acuerdo del Estatuto de Fuerzas, llamado SOFA por sus siglas inglesas. Quedan tres años, la mitad si Obama cumple una de sus promesas de la campaña electoral. Nadie cree que el Ejército iraquí esté preparado en 16 meses ni en 36. Thompson asegura que el problema es de material y capacidad para sostener un combate prolongado. También de confianza -otra vez las percepciones-. Desde el 1 de enero, el mando militar norteamericano tiene que solicitar permiso al Gobierno de Bagdad para actuar, salvo en caso de peligro para sus tropas, y dejará de patrullar en las ciudades a partir del próximo mes de junio.
El otro agujero negro, además de la inseguridad, es la corrupción. En un país con unas reservas de petróleo estimadas en más de 115.000 millones de barriles no existe Mister 10%; aquí, el que aplica la mordida aspira al 50%. Cuando la cadena del desfalco desciende hasta el eslabón más débil, apenas queda nada que meterse en el bolsillo. "En todos los países existe corrupción. La hay en Estados Unidos y en Europa", reconoce un mando militar norteamericano. "Pero la corrupción que pueda haber en nuestros países no afecta a nuestro modo de vida; aquí, en Irak, impide que funcionen la electricidad, el agua y los comercios", explica el mismo jefe militar.
Si el Ejército iraquí ha mejorado mucho en los últimos 12 meses, tras la incorporación de algunos mandos del anterior régimen, no se puede decir lo mismo de la Policía Nacional, compuesta por antiguos miembros de las milicias Badr del Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Irak y las del partido Dawa, ambos chiíes. La policía civil es todavía peor: está muy infiltrada por el Ejército del Mahdi. Frente a ellos, los Hijos de Irak, unos 100.000 suníes en armas que no se fían del Gobierno de Bagdad ni de sus instituciones de seguridad. Son ingredientes para el enfrentamiento civil o para la incubación de otro dictador. Sería la madre de todas las ironías. -
elpais.com
PD: Reiteramos que nuestros esfuerzos por capturar y plasmar en las bitácoras de blogger, es para dejar a resguardo mucho de lo que, en un futuro, puede desaparecer. Siguiendo la recomendación hecha por Orwell en su lubro 1984
Atte.
fijate.cl
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